Que yo sepa mirarte como lo hace el Padre Henry...

 

Hola me llamo Elvira Vaqué, tengo 21 años, soy miembro del Hogar de la Madre de la juventud y vivo en Valencia. En los dos últimos años he tenido mucho contacto con el Padre Henry. Recuerdo muchas anécdotas graciosas con él, era genial, quería un montón a los jóvenes y a nuestra Madre, pero sobretodo amaba muchísimo la Eucaristía. Me tocaba el corazón cuando le veía mirar al Señor, sobretodo en el momento de la consagración, me impactaba mucho, y muchas veces yo le pedía a Dios “que yo sepa mirarte como lo hace el Padre Henry”, era muy bueno, sencillo y humilde, un gran ejemplo para todos.

No era un superhéroe, era de carne y hueso y en su sencillez era también muy despistado, pero eso le hacía especial, yo me reía mucho con sus despistes y era un ejemplo para mi la bondad y la sencillez con la que respondía cuando le ayudabas a encontrar algo que había perdido o le recordabas lo que había olvidado. No me sorprende para nada todas las cosas bonitas que escucho de él ya que todas ellas las pude ver en persona por mí misma y puedo decir que todo lo que se dice es cierto, así era nuestro querido Padre Henry.

Una de mis anécdotas favoritas con el Padre fue un día en el que teníamos convivencias de trabajo los miembros del Hogar en Valencia. Fue un día de mucho trabajo, el convento de Valencia es muy grande y teníamos que preparar todo para las convivencias nacionales de febrero. Yo estaba por ahí buscando dónde podía ayudar y llevaba un rato escuchando como si alguien estuviese dando golpes todo el rato y ya eran tantos que me entró la curiosidad de ver de dónde venían. Cuando salí al sitio de donde procedían, me encontré al el Padre Henry sujetando un mazo muy grande en las manos luchando contra una vieja nevera de acero que estaba tumbada en el suelo esperando a ser llevada a un contenedor, pero como no cabía en la furgoneta el Padre estaba intentando separar dos piezas dando golpes con el mazo. El Padre, que siempre sobrenaturalizaba todo, dijo que la nevera era el pecado y que tenía que acabar con él. Yo me quedé ahí mirando como el Padre peleaba contra la nevera intentando acabar con el pecado y grabando esa imagen tan divertida en mi cabeza. En un momento el Padre me miro y me dijo, “Tú tienes que acabar con esto, sólo una mujer fuerte puede destruir al pecado”. A mí se me iluminó la cara y no dudé en coger el mazo. Casi no podía levantarlo, no me esperaba que eso pesase tanto. Entonces el Padre empezó a animarme, ¡Vamos, tú puedes, acaba con el pecado, tienes que vencer al pecado! ¡Dale fuerte! Al final conseguí que las piezas se separaran y el Padre estaba súper contento y entusiasmado, como un niño, y entonces me dijo; “Ves, la mujer ha dado el último golpe, has podido, solo una mujer fuerte es capaz de pisarle la cabeza a la serpiente, de vencer al pecado. Así lo hizo nuestra Madre”. Me ayudó un montón lo que me dijo esa tarde. Era capaz de sobrenaturalizarlo todo, siempre tenía puesta su mirada en las cosas de arriba. A los jóvenes siempre nos insistía en eso, en vencer al pecado, no había ninguna homilía en la que no dijera una frase dedicada a los jóvenes.

Siempre nos insistía en el peligro que tenemos por vivir en el mundo, decía “ No podemos dividir nuestro corazón, o somos de Dios o somos del mundo” “Tenemos que extinguir cualquier tipo de yo quiero ser el nº 1 y decir, Señor yo quiero ser lo que tengo que ser” Nos insistía también en que debíamos desapegarnos de las cosas del mundo que no nos hacían ningún bien, “quita de mi lo que quieres quitar y hazme dócil para poder recibir lo que me quieres dar” Un día nos contó cómo el Señor le pidió que tirase a la basura sus videojuegos y los discos de música que se había comprado, yo me quedé alucinada porque no sabía si yo hubiese sido capaz, la verdad que sus deseos de santidad se contagiaban.

Justo el último día antes de que empezara el confinamiento me pude confesar con él y fue él quien celebró la Misa. Esa fue la última vez que le vi. Me ayudó mucho esa confesión, me insistió mucho en que iba a ser un tiempo de hacer un gran examen de conciencia que iba a ser un tiempo de prueba y de santificación. En esa última homilía nos habló con gran entusiasmo de un libro que se estaba leyendo, de hecho, ahí mismo sacó el libro y leyó algunas frases, el libro era “La Virgen, la Eucaristía y el fin de los tiempos”. Me apunté un montón de frases que dijo ya que siempre me ayudaban mucho. Dijo, “no sabemos lo que tenemos hasta que nos lo quitan”, refiriéndose a la Eucaristía y los tiempos de pandemia que venían. Dijo también, “El Señor no quiere labios vacíos, quiere corazones” “No cedáis el corazón frente a la Verdad” “Hay que cuidar al Señor, es el tesoro más grande que tenemos” “quiero ser un cristiano de verdad, un enamorado de nuestra Madre” y la última frase que tengo apuntada... “un día vamos a morir y debemos tener esa paz” Él la tuvo, estoy segura.

Lo pasé muy mal el día en el que me dijeron que había fallecido, lloré mucho, pero era más bien por mi egoísmo, porque no me podía creer que ya no le iba a tener aquí más y me vinieron muchos recuerdos bonitos a la cabeza. Ahora sé que está muy cerca, está conmigo todo el día, hablo con él, le doy los buenos días, las buenas noches y le pido cosas. Sé que él ahora está donde su corazón lleva viviendo desde hace mucho tiempo, en el cielo.

Le doy muchas gracias al Señor por haberlo puesto tan cerca de mí y por su ejemplo y le pido que algún día pueda quererle a Él y a nuestra Madre como lo hizo el Padre Henry y pueda aprender de su humildad. Sé que el Padre Henry está pendiente de mi desde arriba y me ayuda mucho, por eso, te animo a ti, que estás leyendo esto que he escrito, a que también te lances a hablar con él. Si no le llegaste a conocer en persona no te preocupes, preséntate, dile como te llamas, el Padre Henry se hacía amigo de todo el mundo sin importar la edad que tuviese. Pídele que te ayude y que interceda por ti.

ELVIRA VAQUÉ